

¿Sientes que tienes heridas del pasado sin resolver?
¿Sientes que lo que viviste en tu infancia te está afectando?
¿Necesitas sanar el vínculo con tus padres?
¿Sientes que tienes heridas del pasado sin resolver?
¿Sientes que lo que viviste en tu infancia te está afectando?
¿Necesitas sanar el vínculo con tus padres?
Sana tu pasado
¿Sientes que tus heridas de infancia no están sanadas y te siguen influyendo?
Crea relaciones sanas
¿Estás cansada/o de engancharte a relaciones que no te convienen?
Libérate del miedo
¿Sientes que el miedo dirige tu vida y no permite tomar las decisiones que quieres?
Sana tu niño o niña interior
La gran mayoría de nuestros problemas tienen un origen en experiencias pasadas que no hemos resuelto, traumas, necesidades no satisfechas, o historias de infancia que nos han hecho desarrollar patrones de comportamiento que aún, a día de hoy, nos están influyendo, seamos conscientes o no.
De niños, solo tenemos un objetivo, recibir el amor de nuestros padres, y lo buscamos por encima de cualquier otra cosa porque lo necesitábamos para “sobrevivir”.
Apego o vínculo primario
Todas las personas somos el resultado de las experiencias que hemos vivido, algunas nos han marcado más que otras, pero todas han contribuido a ser las personas que somos ahora.
La forma en la que nos vinculamos con los demás está condicionada por la forma en la que aprendimos a vincularnos con nuestros padres o cuidadores primarios, esto es lo que llamamos apego.
Es imprescindible sanar nuestros niños heridos para construir relaciones sanas, auténticas y satisfactorias
Soy Almudena Gil,
Psicóloga General Sanitaria, especialista en dependencia emocional y relaciones.
Ayudo a personas que necesitan recuperar su autoestima y amor propio, personas que quieren dejar de sufrir en sus relaciones, superar rupturas, dejar de repetir patrones de relación insanos que les hacen sufrir, dejar de buscar la aprobación de los demás, aprender a estar solos/as, superar el miedo a que les abandonen, permitirse ser quienes ellos realmente quieren ser, dejar de salvar a los demás y priorizarse de una vez por todas.
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Nuestro niño interior es nuestra esencia, es nuestra parte más auténtica, creativa, genuina, soñadora, amorosa, es nuestra fuerza vital. Para algunas personas es la representación de la divinidad dentro de nosotros, nuestro Ser Superior.
Todos nacemos con una capacidad innata para Amar, a nosotros mismos y a los demás, nacemos totalmente conectados con lo que somos. Sin embargo, poco a poco nos vamos desconectando de nuestra esencia, de nuestro niño interior porque no recibimos todo el amor que necesitamos.
Vamos pasando por experiencias en las que nos vamos sintiendo heridos y en las que tenemos que desarrollar mecanismos de supervivencia para recibir ese amor que necesitamos de fuera.
Todas esas heridas van creando un niño herido dentro de nosotros, es nuestra parte vulnerable, no mirada, oculta, desatendida, que nos hace sufrir mucho pero que un día tuvimos que proteger tras una máscara o coraza. Esta parte de nosotros, aunque no la veamos, está, y seamos conscientes o no, está guiando nuestra vida, porque necesita ser atendida y sanada.
Durante mucho tiempo hemos querido hacer como si no estuviera porque nos duele, sin embargo, está dirigiendo nuestra vida, haciéndonos sentir inseguros, con miedo, vulnerables, que no valemos, que somos un fracaso, que no podemos, que no somos suficientes, que lo hacemos todo mal, que no somos importantes, que molestamos….
Aquello que fue una estrategia para protegernos en la infancia es ahora un lastre que nos limita. Ya no nos sirve todo lo que pusimos en marcha en aquel momento cuando no podíamos hacer otra cosa. Es momento de “autotutelarnos”, y de hacer limpia de lo que ya no sirve.
Todos convivimos con nuestro niño, y todos de niños, hemos sido heridos en algún momento, porque es algo que forma parte de la vida y del desarrollo. Ahora, de adultos, seguimos llevando ese niño dentro de nosotros, y si no lo hemos sanado, es un niño que sigue herido sin ser atendido.
Hasta que no somos conscientes de esto, muchas veces actuamos desde esa parte herida con los demás.
Aspectos que quedaron sin resolver en la infancia o necesidades no cubiertas, siguen apareciendo en nuestra vida adulta para que las resolvamos.
Si en nuestra infancia no pudieron darme lo que necesitaba, por lo que sea, ahora nosotros podemos cuidar de esos niños y darles lo que necesitan.
No mirar nuestras heridas, es negar una parte de nosotros, por tanto, es rechazarnos a nosotros. mismos.
Conectar con nuestros niños es volver a nuestra esencia, es permitirnos ser nosotros mismos, aceptándonos completamente, conectar con el amor incondicional, con la creatividad, con la genuinidad.
Es un viaje hacia el interior de nosotros, un viaje por toda nuestra historia de vida; es un trabajo profundo, que requiere valentía y coraje para enfrentarnos a fantasmas del pasado.
Para reconectar con el niño/a interior es necesario:
1. Primero que nada, aceptar y reconocer que ese niño está ahí, observar cómo se siente, de qué maneras se está expresando en el presente.
2. Comprender la historia pasada, el contexto y las circunstancias que tuvo que vivir ese niño/a. Qué experiencias le marcaron, qué le dolió, qué mecanismos utilizó para protegerse y por qué, a qué renunció…
3. Permitirse expresar todas esas emociones que han quedado bloqueadas para integrar, procesar y resignificar aquello que vivimos.
4. Entender que nuestro niño sigue y va a seguir ahí, solo que ahora nosotros podemos cuidarlo, protegerlo, atenderle, aceptarlo, en definitiva, darle todo aquello que no tuvo. Ahora puede crecer seguro y fusionarse con nuestra parte adulta.
5. Identificar de qué formas se expresa el niño herido de forma inconsciente y transformarlas para que sea el adulto quien actúe a partir de ahora.
Estos son algunos pasos que todos tenemos que dar para reconectar con nuestro niño interior, yo te recomiendo que te permitas que te acompañe un profesional si te decides a hacer un trabajo profundo y de transformación, porque hay muchas cosas que duelen tanto que no las podemos ver, que son puntos ciegos para nosotros, y por tanto, no podemos acceder a ellas.
Como hemos ido diciendo a lo largo del artículo, si no estamos alineados con quienes somos, si no nos permitimos ser nosotros mismos, no nos podremos mostrar auténticos ante nadie y nos relacionaremos con los demás desde nuestras máscaras, es decir, desde el miedo.
Hay muchas razones por las que nos queremos defender o proteger del posible daño que nos pueden hacer los demás, porque tenemos miedo a que nos abandonen, a que nos rechacen si nos mostramos vulnerables, a que nos humillen, etcétera. Pero lo que es seguro es que lo hacemos porque la pareja nos conecta con heridas pasadas que, si bien, no siempre tienen que ver con el niño interior herido y puede ser derivado de otras experiencias adultas, la mayoría de las veces el origen está ahí, en las experiencias de infancia.
En ocasiones en las que en parejas somos dos niños heridos en lugar de dos adultos sanos, y esto se traduce en dependencias, tiranías, búsqueda de que el otro me cubra mis necesidades no satisfechas, culpar a la pareja de mis carencias, querer que el otro actúe como yo quiero para dejar de tener miedo, o buscar la supremacía…
Definimos el apego como el vínculo emocional que establecemos con nuestro cuidador primario (la persona que atiende las necesidades biológicas y emocionales del bebé). El apego es un proceso adaptativo universal, necesario para sobrevivir. Los seres humanos, cuando nacemos somos totalmente dependientes de nuestra madre porque tenemos un periodo de gestación extrauterina.
Para que este desarrollo extrauterino se produzca, necesitamos que nos cubran nuestras necesidades de amor, cuidado y protección. Un bebé que no recibe esa parte afectiva podría llegar a morir o sufrir discapacidades importantes de tipo cognitivo o relacional. La conexión emocional madre-bebé, se crea estando en sintonía con él, mirándolo, abrazándolo, meciéndolo, acariciándolo, tocándolo, pasando tiempo con él/ella.
El apego se refiere a un patrón conductual, es decir, algo que se repite. El bebé registrará aquellas respuestas predecibles, consistentes y repetidas. El patrón de apego será diferente si se basa en un patrón de seguridad o inseguridad.
Ejemplo 1, el bebé llora la mamá siempre o casi siempre le coge en brazos.
Ejemplo 2, el bebé llora la mamá nunca o casi nunca le hace caso y se queda llorando en la cuna.
La respuesta de la madre en ambos casos es predecible, consistente y se repite, así en ambos casos se crea un vínculo de apego.
La diferencia es que en el primer ejemplo el patrón de apego es de seguridad porque al bebé se le cubren las necesidades de amor, cuidado y protección, y, en cambio, en el segundo ejemplo es de inseguridad porque no se cubren las necesidades del bebé, el llanto es una expresión de que el bebé necesita algo.
En el caso de que no haya predictibilidad en las respuestas de la madre, es decir, cada vez responde de una forma y el bebé no sabe qué esperarse, se desarrollará un apego desorganizado.
A lo largo de todo el artículo, hablo del vínculo con la madre, y quizás algunos os preguntéis por qué no hablo del padre. Bien, pues, el apego se establece con una sola persona, y en general, la persona con la que establecemos el vínculo de apego es nuestra madre, porque nada más nacer nos proporciona el alimento, hemos pasado nueve meses sintiendo como ella, y además en el parto se produce una explosión hormonal en la madre que la predispone al cuidado y protección del bebé. Sin embargo, en ocasiones, la madre no es la cuidadora principal del bebé y no pasa nada, el vínculo de apego se puede establecer con otra persona, como el padre, abuela, tía o cuidadora.
En definitiva, cuando hablo de madre me refiero al cuidador primario del bebé, es decir, la persona que más cuida al bebé y pasa tiempo con él.
Todo empezó en nuestra concepción, desde el vientre de nuestra madre ya estamos percibiendo todo tipo de sensaciones. Durante toda la gestación, percibimos todos los estados emocionales de nuestra madre, y los vivimos como propios. Así que las experiencias que vive nuestra madre durante el embarazo tienen un impacto ya en nosotros, y aunque no tengamos conciencia de aquello, nuestro cuerpo sí lo recuerda.
Después de una larga gestación repleta de primeras experiencias, llega el momento de salir al mundo, el nacimiento. La forma en la que nacemos crea una huella profunda en nosotros, es nuestra primera experiencia en el mundo, fuera del vientre materno. Nacer nos conecta con la muerte, pues no sabemos a dónde vamos y corremos el riesgo de perder esa relación con nuestra madre, que es la que nos mantiene vivos por el cordón umbilical.
Es muy importante que podamos entender que el vínculo primario se está construyendo desde la concepción, y establecer unas buenas bases de cuidado, protección, contención, amor, comprensión, atención… es fundamental porque el tipo de vínculo que formemos con nuestro cuidador primario va a ser determinante en nuestras relaciones futuras.
El apego que desarrollamos puede ser un apego que nos dé una base segura o insegura. La seguridad se establece tras experiencias repetidas, predecibles y consistentes en las que la figura de apego proporciona lo que necesito. La inseguridad, en cambio, es el resultado de experiencias en las que no hay sintonía entre el cuidador y el bebé, o hay incoherencias o bien falta de regularidad, es decir, a veces te atiendo cuando lloras y otras no.
La mayoría de las personas nos movemos en un continuo de apego, podemos haber tenido más o menos seguridad y tendemos a formas de actuar más evitativas o más ansiosas.
1. Apego seguro
Se establece cuando la madre es capaz de entender las necesidades del bebé y cubrirlas. Cuando responde de forma rápida y adecuada a sus demandas de alimento, afecto, o cuidado. En el apego seguro la madre sabe contener al bebé y darle la tranquilidad que necesita para relajarlo y regularle, esto favorece que se cree una experiencia de seguridad para el bebé.
2. Apego inseguro
El bebé experimenta el mundo como no seguro y tenderá a unas respuestas de evitación del contacto (apego evitativo) o, por el contrario, a no querer despegarse del cuidador (apego ansioso).
a. Apego ansioso
El cuidador primario es inconsistente, los intentos de conexión con el bebé son incoherentes. El niño intenta aferrarse a su madre cuando está presente, son niños que se vuelven dependientes de sus madres. Viven a sus madres como impredecibles, pero como a veces sí consiguen esa conexión, no dejan de intentar conectar con ella. Incluso anteponen las necesidades del otro a las suyas.
Son niños que a veces sufren ansiedad por separación de sus madres, incertidumbre, no saben qué esperar de la reacción de la madre y esto produce una sensación de inestabilidad en la relación. Estos niños buscan con desesperación conectar, están muy pendientes de la separación del cuidador porque tienen mucho miedo a ser abandonados.
b. Apego evitativo
En este tipo de apego hay un cuidador primario emocionalmente no disponible ni sensible a las necesidades del bebé. También puede ser un cuidador que rechace al niño. Es una madre que tarda en responder a las necesidades del bebé, o que no las cubre como el bebé necesita. El niño entiende que la madre no está disponible. Aprende que llorar no le sirve de nada.
Son niños que no piden ayuda, aprenden a no expresar, a no decir lo que necesitan. Inhiben las emociones y evitan la intimidad con el otro, tienen miedo a que les puedan rechazar y por ello no muestran su vulnerabilidad.
3. Apego desorganizado
En la relación con la madre no hay un patrón claro de conducta, son madres que desorganizan internamente al niño. Este apego se desarrolla cuando existe negligencia en el cuidado de los padres, o conductas amenazadoras, maltrato, padres que abusan de sustancias…
Estos niños se sienten indefensos, tienen miedo a conectar con sus madres porque saben que lo que va a ocurrir no va a ser bueno para ellos y no saben cómo salir de esa situación. Con el tiempo serán niños que desconfíen de las relaciones con los demás.
Estos niños están muy heridos porque necesitan desconectarse de ellos mismos para sobrevivir, este fenómeno se conoce como disociación, el niño para no sufrir necesita salirse de sí mismo.
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